Siempre me pareció desconcertante el mundo de los pases millonarios en el fútbol. Números astronómicos, cifras que no cierran, y esa sospecha de que alguien se lleva un vuelto en el medio. Pero hoy, en el mundo del software, estamos viviendo algo similar: una nueva “liga de los Messi”, pero protagonizada por desarrolladores, ingenieros de inteligencia artificial y fundadores de startups que valen cifras impensadas.
En plena era de la IA generativa, mientras las grandes tecnológicas despiden a decenas de miles de empleados, se multiplican los fichajes estelares de talentos ultraespecializados. La paradoja es evidente: miles de personas altamente capacitadas pierden sus empleos, pero al mismo tiempo, un puñado de “cracks del código” es contratado por cifras de hasta 200 millones de dólares. Y no hablo de paquetes accionarios ni inversiones: hablo de sueldos.
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La industria de software y servicios informáticos cuenta con más de 5.500 empresas representadas por la Cámara.
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¿Ejemplos? Meta acaba de comprar Scale AI por casi 15.000 millones de dólares y su joven fundador, de apenas 28 años, fue nombrado nuevo jefe de inteligencia artificial en la compañía de Zuckerberg. Google, por su parte, bloqueó una compra de OpenAI y contrató directamente a los 100 mejores talentos de esa empresa, desembolsando unos 2.400 millones para tenerlos en su equipo. En este juego, ya no se compran empresas: se compran cerebros.
Y mientras esto sucede, el ritmo de trabajo en Silicon Valley se parece cada vez más a las jornadas 996 que China empieza a cuestionar: de 9 de la mañana a 9 de la noche, 6 días a la semana. Algunas grandes tecnológicas chinas, incluso, comenzaron a reducir oficialmente los horarios, no por bondad empresarial, sino porque descubrieron que la gente no tiene tiempo ni para gastar lo que gana.
La pregunta es inevitable: ¿vale la pena? ¿Cuál es el precio de convertirse en una estrella de la IA? La compensación es altísima, sí. Pero también lo es el desgaste. Y detrás de cada pase multimillonario hay algo más que dólares: hay presión, hay tiempo personal sacrificado, hay una cultura del alto rendimiento que no siempre da lugar a la vida.
Las empresas compiten por el talento como si fueran clubes de fútbol, pero el modelo parece cada vez más insostenible. Porque no todos pueden ser Messi. Y porque, a veces, el gol más importante no se mide en líneas de código ni en valuaciones récord, sino en tener tiempo para vivir fuera de la pantalla.
CEO de Snoop Consulting