Si hasta ahora el oficialismo sólo obtuvo el 20% de las bancas en juego en las elecciones en CABA, Chaco, Salta, San Luis, Jujuy y Santa Fe; ¿cómo se terminará canalizando el descontento de aquellos amplios sectores que no lo apoyan?
El peronismo carece de un liderazgo indiscutido, el macrismo se muestra dubitativo ante el modelo Milei, el radicalismo sufre un debilitamiento crónico y la mayoría de los gobernadores aparecen temerosos frente a las represalias económicas del poder central. El resultado, por el momento, es la ausencia de una representación política que consiga unificar el descontento social.
La presencia de la ausencia. La palabra defeccionar viene del latín “defectio”, que significa abandono; y a su vez “defectio” deriva de “deficiere”, que significa no estar a la altura.
Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy, quienes votaron a opositores tendrían derecho a sentirse abandonados por representantes que “no están a la altura” de lo que se les encomendó. Son dirigentes peronistas, macristas y radicales, en general asociados en el pasado con discursos republicanos. En la campaña 2023 cuestionaron duramente a Milei, su agresividad y a sus excéntricas propuestas. Pero ahora acompañan sus acciones. O guardan silencio frente a ellas.
El vacío opositor es tan evidente que grita, se vuelve presencia. La presencia de la ausencia, diría el psiquiatra Carlos Sluzki.
El lugar que la oposición deja vacante es ocupado parcialmente por referentes sociales que deciden ponerle voz a aquellos que no la tienen. En los últimos días, hubo tres casos notorios.
Ayer: impiadosos críticos de cualquier atisbo autoritario y guardianes de las formas democráticas
Uno fue el de la cantante y actriz Lali Espósito, a quien Milei descalifica llamándola “Ladri Depósito”. Lo que ella hizo fue hacerse eco de los cánticos de las tribunas en contra del Gobierno durante los shows que dio en el estadio de Vélez.
Otro fue el del actor Ricardo Darín, durante el programa de Mirtha Legrand. Darín creyó que no debía hacerse el distraído cuando Mirtha le preguntó cómo veía al país. “Fantástico, lo veo muy bien. Ahora que están sacando los dólares del colchón… el tema son los colchones, muchos colchones están un poco apolillados”, respondió con su habitual ironía, para después decir en serio: “No, la verdad es que no entiendo nada. De quién están hablando cuando hablan de sacar los dólares del colchón… hay mucha gente que la está pasando muy mal, muy mal, muy mal.” Y, como en la mesa se habían servido empanadas, ejemplificó con lo que para él cuesta una docena: $ 48 mil.
El ministro Luis Caputo le respondió: “Quédate tranquilo Ricardito” y dijo que le dio “vergüenza ajena” que mencionara un precio que es el más caro del mercado. Como si el problema planteado por Darín fuera el precio de las empanadas. Después se sumaría el propio Milei: “Ricardito demostró ser un ignorante y un operador berreta.”
El odio como especialidad. El tercer caso fue el de Jorge García Cuerva, el arzobispo elegido por el papa Francisco. Sus palabras intentaron reflejar un estado de conmoción social ausente en la mayoría de los discursos políticos. Fue en el tedeum en la Catedral, frente al Presidente.
Esto dijo: “Hemos pasado todos los límites, la descalificación, la agresión constante, el destrato y la difamación parecen moneda corriente. Tenemos necesidad de diálogo, de frenar urgentemente el odio. Basta de arrastrarnos en el barro de las descalificaciones y la violencia, basta de vivir paralizados en el odio y el pasado. Es hora de ponerse de pie, unidos, no a los empujones en un ‘sálvese quien pueda’, no dejando a muchos al costado del camino. Porque nuestras decisiones y políticas públicas tienen que tener rostros concretos, historias reales que nos tienen que conmover. Estamos empachados de panes sin sabor, fruto de la intolerancia; el pan agrietado por el odio y la descalificación.”
El odio, las descalificaciones, la violencia verbal y la negación al diálogo son, justamente, las especialidades del hombre que lo escuchaba desde la primera fila.
Tuvo que ser un sacerdote quien se negara a normalizar lo que no lo es.
Fue en el mismo tedeum en que Milei le negó el saludo a Jorge Macri y a Victoria Villarruel. El primero, lejos de una oposición ciega, siempre intentó puentes de acercamiento con el Gobierno, en línea con su primo. Y la vicepresidenta es la responsable política de la aprobación de las leyes que el Ejecutivo envió al Senado y es quien, al menos en público, sólo tiene elogios hacia el líder de LLA.
Esta semana se conoció el informe de Fopea que indica que, de los cien ataques contra periodistas en el año, la mitad provino del Presidente. Chequeados.com contabilizó 2,4 insultos por día de Milei.
El insulto y las agresiones son un factor esencial de esta administración y derraman hacia sus aliados y seguidores. Con la fuerza que emana del poder, de quienes manejan todos los resortes del Estado. Desde el económico y policial hasta el control del espionaje y del fisco.
Tampoco el diálogo resulta una cualidad para Milei. Lo repitió en el cónclave conservador de la CPAC: “Somos escépticos del consenso, somos escépticos del diálogo.”
Hoy: callados o justificadores de los ataques del poder o sólo preocupados por los autoritarismos pasados
Ex-republicanos. Lo que esta semana hicieron Lali Espósito, Darín y García Cuerva, antes ya lo habían hecho otras referentes populares como Graciela Borges, María Becerra y Mirtha Legrand. Como si sintieran la obligación de llenar el vacío que deja la política. Lo mismo que consiguieron las protestas en favor de la educación pública, los jubilados y, esta semana, del Hospital Garrahan.
La defección opositora grita más cuando se trata del silencio de quienes más levantaban la voz en defensa del republicanismo. Antes.
Ayer: justos e impiadosos críticos de cualquier atisbo autoritario y guardianes de las formas democráticas. Hoy: agresivos justificadores de los desmanes del poder, enfocados sólo en los autoritarismos anteriores o distraídos que guardan silencio.
Son parte de aquellos opositores del comienzo. Los que generan confusión en aquellos sectores que, si hubieran querido votar a La Libertad Avanza, lo hubieran hecho. Pero votaron a opositores, como se suponía que eran ellos.
La defección opositora se relaciona inevitablemente con otras defecciones. La del periodismo ex-republicano y excrítico, que acompaña la deserción de sus correlatos políticos. Y la de la Justicia, quizá la más grave, pero no la menos previsible.
Gretchen Helmke es una académica estadounidense quien, a partir de su investigación en los tribunales argentinos, desarrolló el concepto de “la lógica de la defección estratégica” de la Justicia. Tras analizar más de 7.500 fallos comprobó que, en la mayoría, los jueces y fiscales resultaban complacientes con los gobiernos de turno mientras conservaban el poder. Y volvían a ser independientes recién cuando los presidentes se debilitaban o después de que terminaban sus mandatos.
Ese tipo de defección estratégica se repite hoy. Uno de los casos más notorios es la ausencia de reacciones judiciales ante la reiterada frase de Milei incitando al odio: “No odiamos lo suficiente a los periodistas.” Tuvo que ser, otra vez, una voz de la sociedad civil como la de Jorge Fontevecchia la que ocupara ese vacío impulsando una denuncia judicial.
Sería deseable que quienes tienen la responsabilidad de la representación política, del ejercicio periodístico o de impartir justicia, no se manejen en función de conveniencias, temores u oportunismo de época.
Con todos ellos quizá ocurra lo que Helmke detectó, y en algún momento recuperen la valentía y sus convicciones.
Mientras tanto, serán la valentía y las convicciones que surjan desde la sociedad civil las que cubran sus dolorosas ausencias.