Quince días aislados: el drama de los productores en medio de las inundaciones y su dura batalla para resistir

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Por 15 días, Graciela Gorosito, de 68 años, y su marido, Hipólito Alonso, de 79 años, quedaron completamente aislados. La casa en la que viven, en un campo de Bolívar donde trabajan como caseros, quedó rodeada por el agua: los caminos desaparecieron y moverse fue imposible. Cinco lagunas habían nacido de la nada, una detrás de otra, y luego llegaron otras dos, más profundas, imposibles de atravesar. “Teníamos una chata, pero no la podíamos pasar. Es chica, bajita… no daba”, cuenta la mujer.

Su situación no es la única. En muchos campos de la región los caminos están cortados, los animales aislados en las lomas altas y las familias rurales hacen lo que pueden para sobrellevar la situación. En 9 de Julio, Bolívar y Carlos Casares, las lluvias de las últimas semanas anegaron 40.000 hectáreas en el primer partido,125.000 en el segundo y 78.000 en el tercero. En total son 243.000 hectáreas.

Así trasladan hacienda en Bolívar

Gorosito recuerda que el agua llegó tan de golpe que no les dio margen. “Como somos personas grandes, y en ese momento teníamos algo de provisiones, no nos quisimos arriesgar. No gastábamos de más, teníamos lo justo y estábamos bien. Pero gracias a Dios, todo salió bien”, señala.

Tuvieron que arreglárselas con lo que había: arroz, verdura de la quinta y mucha paciencia. “Nosotros siempre tenemos algo guardado. Todo lo justo, pero para estar preparados porque en el campo no es como en la ciudad. Uno siempre tiene que tener algo de provisiones”, explica.

Pero esta vez fue demasiado. Después de 24 años trabajando en distintos campos de la zona, tomaron una decisión difícil: dejar el campo para siempre. “Somos de Córdoba y allá tenemos nuestra casa. Ya está, nos vamos. Esto también nos abrió los ojos: ya tenemos que descansar y no pasar más por estos momentos”, lamenta.

El campo de Fernando Ravaglia también quedó aislado. En su caso, la única forma de acceder al establecimiento es en lancha. “Les dije a los muchachos: cuídense, no hagan ninguna macana. Si alguien se lastima, hasta que lleguen los bomberos en lancha es muy peligroso”, advierte. En su campo vive también una familia de caseros.

El productor cuenta que todo cambió en pocas horas: “Estábamos cosechando girasol y por suerte llegaron los camiones justo antes. Después, de golpe, empezó a subir el agua. Subía y subía. Tengo un video donde se ve un camino seco y cómo el agua viene avanzando, como en una película de terror. Es impresionante”.

Pero lo que más lo indigna es la falta de planificación. “Mandaron el agua de Las Encadenadas, pero sin piedad. Fue irresponsable. Yo ya viví las inundaciones de 1985, pero esto fue como que te mandaran un tsunami sin avisar. Se sacaron el agua de encima y punto”.

Ravaglia también apunta al abandono de los caminos rurales y a la inacción política: “Los caminos están más bajos que los campos. Por eso el agua va por ahí. No hay mantenimiento”. Además denuncia una fuerte descoordinación entre las jurisdicciones que agrava el problema: “En lugar de liberar el agua de forma progresiva, los distritos aguas arriba —como Coronel Suárez y Guaminí— construyeron canales gigantes que ahora derivan toda el agua hacia Bolívar”.

El productor traza un paralelismo con las inundaciones de 1985, pero aclara que lo de ahora es diferente. “En aquella época fue difícil, pero ahora es otra cosa. No hay planificación ni defensas. Nadie reclamó, nadie puso límites. Y cuando el agua llegó, ya era tarde”.

Frente a esto, denuncia: “A los políticos lo único que les importa es que el agua no entre a la planta urbana. Porque ahí están los votos. Al campo lo tienen abandonado. Después te cobran la tasa vial igual, el inmobiliario… Capaz te declaran la emergencia, te demoran un pago seis meses, pero les da igual. El campo tiene pocos votos”, reclama.

En medio de esta situación, el productor intenta cuidar lo poco que se puede. La hacienda está en las lomas altas. Los granos trasladados de los bolsones a terrenos más elevados.

“Ahora solo nos queda rezar para que no siga lloviendo ni en el sur de Buenos Aires ni en el oeste. Y, mientras tanto, aguantar. Cuando el agua baje, veremos qué se salvó, qué cultivos quedaron en pie”, dice.

Los maíces todavía no están listos para la cosecha. “Eso se pierde. Las plantas se mueren. Si por lo menos quedan paradas, se podrán usar para alimentar la hacienda. Pero es una picardía… lo que zafamos de la sequía, ahora se pierde por la inundación”, indica. Y concluye: “Estamos a la buena de Dios, realmente”.

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